Para ACTUACION IV. IUNA. Damiana Poggi

1



Agujero negro en el espacio, un encuentro de tiempo al límite de la frontera.



Una serpiente destella bajo la alfombra. Un sonido filoso que se despierta, un cuchillito laminado.

Una casa de pueblo, anclada en el pastizal, perdida entre el verde amarillento reseco por el viento salado y el barro del desagüe.

Suelo de cemento frío y paredes de ladrillòn cubierto de cal blanca que se esparce en el aire como pólvora.

Es difícil verse entre la bruma de la mañana y el humo del aliento que produce la boca abierta frene al frío. Se oye un sonido envolvente que marea produciendo el vomito, se despereza la tierra, un movimiento sigiloso, un bailecito coqueto para el mar.



Un perro aúlla atado a su propia orca, una mujer vestida de negro, le acerca un plato de agua y lo deja en la línea delgada que hay entre la paz del animal y el latido de la asfixia. El bicho intenta. Apoya su lengua sobre el líquido y solloza. Ella lo mira lloviznar prolongando el tiempo unos instantes y después le acerca el recipiente, lo acuna, le canta una bonita canción maternal, se ríe a carcajadas hasta que trona el llanto, el arrepentimiento.



Una mujer sola en una casa árida, la sal del mar ha poblado los objetos y reseca los ojos. Una mujer que vela por lo que no pudo suceder, tres padre nuestro, dos ave maría y una piedra contra el vidrio que estalla. Una vez más, el arrepentimiento, el lloriqueo bobalicòn del que esta solo frente al desastre.



2



Cada mañana, una mujer se viste de luto y sale al jardín haciendo chirrear la puerta metálica despintada. Ejecuta la rutina que la une con su perro y después le ladra al sol en silencio. Vuelve a entrar y en un tarro de loza calienta la leche. Leche caliente, las manos frías sobre el tarro tibio, el perro bebe el agua y delimita feroz su territorio acotado. Una mujer bebe leche y define su entorno como un recién nacido.

Al acto alimenticio, procede la coquetería: el maquillaje, el cepillo sobre el pelo fino y negro, el lápiz labial. La foto de Rita Hayworth que cuelga de un clavo en la pared. Un altar para mujeres de pueblo, unas velas, unas botellas con agua para espantar a las palomas que entran nerviosas por la ventana entreabierta. La mujer observa la foto con detenimiento y ensaya posturas que desentonan con la aridez del espacio: Una tela de ceda, el cuerpo tendido, la cadera quebrada apenas, la pierna cruzada, un brazo extendido y otro hacia arriba liviano dejando caer la mano sobre la frente, el pelo estirado como al azar delicadamente sobre el paño; Un plano cercano, la mirada a lo lejos al ángulo superior perdida y enamorada, visionaria, la boca apenas entreabierta dejando ver los dientes blancos, una mano bajo el mentón, la elegancia de la mujer que sabe lo que quiere; Sentada y detrás una pared forrada de telones de calidad, con relieve, los brazos extendidos como haciendo fuerza las manos agarradas a la silla con seguridad, el torso sale firme hacia delante, la mirada a lo alto, la cabecita un poco caída y el mentón alto, mirada triste.



Después sale, camina por las calles del pueblo a orillas del mar con un aire extravagante desajustado. El movimiento de la tierra le produce un desequilibrio que hace vibrar el taco del zapato alto sobre la veredita arenosa del pueblo. Busca el amor del día, al azar, como quien pregunta el menú en una fonda y entonces repite la ceremonia del encantamiento una vez más hasta quedar agotada, los muslos doloridos por la caminata, los ojos irritados por la sal del viento y el desgano, la boca rígida por el movimiento muscular forzado del beso que nunca llega, los pies astillados por la altura del zapato y el roce del cuero.



Cuando cae el sol entonces regresa a su casa sin sacarse los zapatos hasta el final. Al llegar, agarra el plato del perro que tirita de miedo y de hambre, con amor le acaricia el lomo y le desajusta la correa. El perro la sigue y entra. Calienta leche en el tarro y la reparte. Enciende la radio, se quita la ropa y escuchando la voz aguda de la heroína del radioteatro se adormece por el cansancio y la calma que le produce el sonido de la antena que se funde con la voz firme y segura del galán.

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