Onírico (uno)

1) Hace unos días un amigo me regaló un cuaderno, anotador de hojas blancas. Fabricado especialmente en una papelera, la tapa de leopardo rugosa, haciendo juego con mis zapatos nuevos de animal print.


2) Este último tiempo, me dedico, como una oficinista sentimental en un despacho blanco, a atender aquellos asuntos pendientes, archivos clasificados por orden de magnitud y urgencia.


3) Hace años, un viejo maestro de dramaturgia me aconsejó anotar los sueños en un cuaderno. Debe ser apenas suena el despertador, el lápiz y la libreta en la mesa de luz. La sensación primaria debe quedar impresa como una mancha en el papel.


Sueño primero


Estamos en Bariloche, en la calle que antes bajaba y ahora sube. En el sueño baja, como antes, como cuando yo estaba aún en la ciudad.

Salimos con R de la verdulería La Colina, con cuadernos, cámaras de fotos. El se ofrece a llevarme a casa en su Renault 12, celeste, que se arranca desde afuera, abriendo la ventanilla y moviendo unos cables con destreza.


Uno debe subir ni bien el auto se ponga en marcha. Abrir la puerta, saltar. Eso hago, él no llega.


El auto se convierte en un jeep todo terreno, ruidoso, metálico. Yo muevo el volante para evitar los autos, el colectivo 50 que pasa a toda velocidad, los escaladores que salen del club andino, por la calle Elflein, sin detenciones… hasta que decido dejar el asiento de acompañante y manejar.


Voy a toda velocidad, el paisaje cambia, para alejarse del panorama urbano y convertirse en una gran subida de ripio llena de árboles desde donde se puede ver el lago transparente.


Hay sol y todo comienza a tomar temperatura, me queman los pies en los pedales, la mano suda en la palanca de cambio, parece que todo va a estallar, a prenderse fuego. Transpiro, me quemo…


Un golpe violento detiene el jeep, la cosa se enfría, logro bajarme, observo la belleza del entorno. Camino con mí vestido negro de espalda descubierta y unas botas de cuero que me quedan grandes, símil Gato con botas.


Cuesta abajo, llego a un jardín donde apoyado en una mesa me espera un atado de Camel, 10, abierto.

Veo que una pareja de viejos me mira desde un balcón de madera, les pido un cigarrillo, me convidan, fumo.


El señor baja y me ofrece comprar carne al por mayor.


Empiezo a balbucear con acento gaucho, nombres clínicos de cortes de ganado, soy carnicera y gaucha, hago negocios con el viejo que me muestra piezas de carne, las corta, las desangra, las abre, me habla de precios, de cantidades,

La toco, la observo, roja, magra, fresca, tierna entre mis manos.

Dudo, los precios me parecen elevados.


Decido, ya con mi voz, comprarle unos trozos, modestos, para el asado de ese día, para que R y yo comamos, tranquilos, mirando el lago. Subo caminando por el ripio y me siento en el suelo.

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